BULIMIA, ANOREXIA, ADICCIONES.......

Problemáticas de nuestra época, problemas clínicos a los que el Psicoanálisis les brinda una escucha.

El Psicoanálisis nace de la preocupación por curar de un médico que se llamaba Sigmund Freud. Nace de una escucha diferente del sufrimiento humano.

Esta escucha en su origen fue la escucha de la neurosis, específicamente de la neurosis histérica. Freud fue aprendiendo lentamente a dejar de escuchar como médico para escuchar como Psicoanalista. Fue descubriendo y escribiendo la teoría psicoanalítica y su práctica.

Lo que caracteriza a la neurosis son las formaciones del inconsciente: lapsus, chistes, sueños y especialmente, el síntoma. El síntoma es, muchas veces, el motivo de una consulta. Es uno de los modos que tiene un sujeto de efectuar una demanda, una petición.

Una persona puede consultar porque no duerme; o porque no puede rendir materias de su carrera universitaria; o alguien, aún sabiendo que su relación amorosa no funciona, no puede darle un final por temor a la soledad.

Pero habría sujetos que llegan al análisis con presentaciones que no obedecen a la lógica del síntoma, a la lógica significante, sino que se trata de impulsiones, adicciones, pasaje al acto, anorexia, bulimia, alcoholismo, acting-out. Sujetos que no aparecen representados por las formaciones del inconsciente, sino que su presentación puede ser con formaciones al modo del acting out. Lacan define al acting out como transferencia sin análisis; como una mostración que se hace ante el Otro para que rectifique su posición, un guiño para indicarle que ha errado el blanco.

Si bien cada una de estas problemáticas tiene su propia lógica y merece un análisis muy especial, tendrían en común una dificultad en el establecimiento de la transferencia.

Aún estando en el campo de la neurosis y habiendo operado el Significante del Nombre del Padre, hay  dificultades en la instalación de la transferencia.

“A” consume cocaína y marihuana. Viene a la consulta porque su jefa y pareja, la trae. Dice: “estoy saliendo del `sistema´ de las drogas”. No parece comprometida con lo que le pasa. Cuenta una serie de hechos que para cualquiera resultarían dolorosos, sin expresar el menor afecto, como un listado de cosas: que su Psicóloga anterior murió en un accidente en el verano, que su padre está muriendo por un cáncer de garganta, que su única hermana con la que siempre fue muy unida, se fue a España para no volver, que a los 19 años tuvo su primer pareja homosexual y esta la golpeaba.

Nada de esto parece preocuparla, inquietarla o dolerle. Ella sólo quiere dejar de tomar cocaína porque en el trabajo se lo piden y ella no quiere perderlo.

El trabajo que intento con esta paciente es que ella se implique en lo que le pasa, qué afectos le provocan estas cosas que relata. Habla como si le pasara a otro. Las entrevistas son cara a cara, no disimulo mis enojos mostrándole que se evade, que no contesta, corto las entrevistas.

No viene a todas sus citas, pero cuando no viene avisa que algo se lo impide. En los momentos más difíciles que ha pasado (la 3ª internación por sobredosis, el padre en sus últimos días de vida) deja mensajes para suspender ya que está ocupada con otras cosas. Entonces la llamo para decirle que es muy importante que ella venga a su espacio de entrevista para hablar de lo que le está pasando.

Es de esta manera dificultosa que se va instalando un  lazo transferencial. Desde mi lugar de analista intento encontrar formas, recursos creativos, caso por caso. A veces es necesario llamar al paciente, hacerle saber que lo estamos esperando.

“J” aspira poxi-ran. Tiene 14 años. La trajo alguien de la Iglesia que quería hacer una obra de bien. Me cuenta que su madre trabaja como prostituta, igual que sus tías y hermanas, su padre está preso por robar para poder comer. Dice que aspira poxi-ran porque le gusta “alucinar”, quedarse “colgada” horas y horas, viendo hombrecitos y duendes que se cuelgan de las hojas de los árboles.

Yo me digo: ” es una película de horror. ¿Qué puedo hacer con esto?”.

“J” tiene una remera que en letras grandes dice “LUZBELITO”. Le pido que me hable de eso: “....Luzbelito sabe que su destino es de soledad....”. ¿Qué piensa?

“...La vida sin problemas es matar el tiempo a lo bobo....” ¿Está de acuerdo? Y lo del “...dios bobeta...”? ¿qué quiere decir?.

Entonces, muy de a poco, vamos entablando un diálogo, acerca de estas letras de “Los Redondos...” que la identifican, para desde ahí poder hablar de otras cosas de su vida, muy dolorosas por cierto. Ella aprendió a “colgarse”, como una forma de despegar de la realidad horrorosa de su vida.

La “posibilidad de la transferencia” depende de que un Otro, en tiempos instituyentes, haya ofrecido un lugar que acogiera al sujeto. Este Otro puede ser la madre, una abuela, o cualquiera que haya asistido a ese viviente indefenso recién llegado al mundo. Que ese niño  al nacer haya ocupado un lugar en el deseo de unos padres, o de quién sea que lo haya esperado.

Otra característica relevante en estos pacientes es la particular relación con algún trauma de la infancia, que parece no estar reprimido. Hay un relato dolido de un trauma infantil, que para el paciente tiene, aún transcurrido mucho tiempo, una actualidad acuciante. Esas escenas traumáticas aparecen como una herida en carne viva, que puede hacernos pensar en un descuido del Otro en un tiempo instituyente.

“S”, es adicta a las anfetaminas desde los 18 años. Tiene 43. Es la única sobreviviente de una familia, donde su hermano de 19 años murió de una aneurisma frente a ella, su padre murió muy joven cuando ella tenía 16 años, y su madre, a la que “nunca abandonó”, de un cáncer. Repite incansablemente que está “trabada entre su infancia y su adolescencia”.

Cuando “S” tenía 5 años su padre geólogo se establece en el sur del país, su madre se va con él. Su abuela se hace cargo de “S” y su hermano. “S” dice haber sentido un abandono por su madre, siempre sintió que la molestaba, y que fue dejada de lado por esta madre. Ella tiene un recuerdo de su infancia en “Sal-si-puedes” donde sus primos jugaban a la pelota con la cabeza que le sacaban a su muñeca. Su muñeca se llamaba “Ana mía”.

“S” sí pudo salir, luego de un trabajo en donde nos abocamos a la realización de sus duelos y a la elaboración de sus abandonos. Las muertes de su padre, hermano y madre habían sido vividas por ella como abandonos, al igual que el abandono de sus padres cuando ella tenía 5 años. Las anfetaminas le habían servido para no sentir nada. Ella dice que sobrevivió por las pastillas: “uno está bien, no importa nada, lo que pasó, pasó.”

Es necesario que haya una apuesta fuerte y una paciencia del analista en el sentido de esperar que un Sujeto aparezca allí. Pero no puede ser una espera pasiva. Cuando el paciente sólo habla de la droga que consumió o no consumió, de cantidades, etcétera, este es un discurso que gira en círculo. Hay que llevar al paciente a hacerse la pregunta por las otras cosas de su vida. ¿Qué más, además de la droga?, ¿qué le está pasando?.

Esta pregunta puede ser muy difícil para un paciente adicto, para una paciente anoréxica, bulímica, pues se han acostumbrado a la lógica del consumo-no consumo, como- no como, mecanismo que sirve como calmante, para olvidar o no pensar en lo que hay detrás, que suele ser muy doloroso.

Haber ocupado un lugar de falta para el Otro, un lugar en el deseo del Otro, es lo que otorga la “posibilidad de transferencia”. Alguna falla o accidente en esta posibilidad hace que un sujeto quede empobrecido y sin recursos para velar lo real. No es posible enfrentarse a lo real sin un velo que haga pantalla. Es lo que permite la vía deseante, la vía sintomática. Si esto no está, un sujeto se encuentra desprotegido. Entonces para mitigar el dolor de existir, necesita hacer uso de alguna sustancia.

Freud en “El malestar en la cultura”, dice:

“La vida, como nos es impuesta, resulta pesada para nosotros: nos trae demasiado dolor, decepciones, tareas insolubles. Para soportarla, no podemos prescindir de calmantes. Los hay, quizá, de tres clases: poderosas distracciones, que nos hagan valuar en poco nuestra miseria; satisfacciones sustitutivas, que la reduzcan, y sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.”

Entre las poderosas distracciones, podemos ubicar al arte, la investigación científica, la religión, el amor, el goce estético. Lasformaciones sustitutivas, serían los recursos de la neurosis de transferencia, síntomas, sueños, lapsus, chistes.

Tanto las formaciones  sustitutivas como las poderosas distracciones son las que el sujeto encuentra por la vía del deseo. Pero puede ocurrir que, aún en el campo de la neurosis, estas vías fracasen y el sujeto necesite de “paliativos”. Estos paliativos pueden ser la droga, el alcohol, psicofármacos, y todas las modalidades adictivas a las que un sujeto apele para velar su desamparo: el juego, la velocidad, la bulimia, las impulsiones y todas aquellas opciones que funcionen como narcóticos o sirvan para aturdirse, olvidar. Freud dice que “con ayuda de los quitapenas (como llama a los tóxicos embriagadores) es posible sustraerse de la presión de la realidad y refugiarse en un mundo propio”.

Estos no sólo son recursos evasivos, sino que son necesarios para remediar un sufrimiento intolerable.

Para abandonar estas formas de atontar la conciencia, de aturdirse, el sujeto deberá haber encontrado antes, otros recursos que le permitan sostenerse.

“M” me llama porque no come y no duerme. Ha adelgazado unos cuantos kilos desde hace unos meses. Lo primero que pide es que le indique un psiquiatra para que este la medique, así puede comer y dormir. Le digo que antes quiero escucharla.

Además de no comer padece otros síntomas: no duerme, mucho llanto angustia, un nudo, dolor de estómago, no puede respirar, siente que se va a ahogar. A poco de hablar, menciona la ruptura con una pareja hace unos meses, momento a partir del cual padece estos síntomas.

“M” es cantante y también pinta.  Vive de la música. Durante el tratamiento va relacionando lo que le pasa con esta pareja con cosas anteriores de su vida,  sus relaciones con hermanos, con su madre, etcétera. El “no comer” se va modificando, empieza a poder comer algo. Piensa que “siempre se tragó todo”: lo que nunca le dijo a esta pareja por temor a perder su amor, lo que nunca le dijo a su madre. Y siempre se tragó, fundamentalmente, sus enojos. Cuando tenía 4 años, su hermano mayor, la hacía enfurecer: le decía “vaquita”. ¿Qué hacía su madre? Defendía, indefectiblemente a su hijo varón, y la acusaba a ella. Entonces se encerraba en el baño y rompía en tiritas con sus dientes una toalla.

Podemos pensar en un descuido del Otro, en este caso, la madre, que sólo se ocupó de este hijo mayor, y a quién su marido consentía.

A los 17 años tiene una enfermedad en la garganta por la que es operada. A los 19 años se va de la casa, comienza a cantar, pero también a tomar sin límites. Muchos años después (en el momento que empieza su tratamiento analítico) se da cuenta que no había resuelto nada, sólo había trasladado la problemática con su madre, y hermano, a sus actuales relaciones de pareja.

El recurso de la música no le ha alcanzado a esta paciente para resolver sus conflictos. En este momento ha dejado de pintar, y ha empezado a decir sus enojos.

El arte es una de las poderosas distracciones que Freud menciona como ayuda para soportar la vida, pero también dice que tiene un efecto narcótico, que atonta la conciencia.

Trabajar con estas problemáticas implica hacer un espacio a la palabra, que estos fenómenos puedan ser dichos. Que el paciente pueda hablarle a alguien dispuesto a escucharlo. Que el sujeto se reencuentre con la vía del deseo, que se enferme en el sentido neurótico, que haga un síntoma, que se queje, que se interrogue, que hable de lo que le pasa, que pueda encontrar otros modos de soportar la vida, que le resulten tan eficaces como los recursos con los que se había arreglado hasta ahora.

Este no es un camino fácil, pero sí es posible, si el analista  está dispuesto a apostar con su deseo.

                                                                                                 Ps. Cecilia Gangli
Psicoanalista
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BIBLIOGRAFÍA:

  • “El malestar en la cultura”. Sigmund Freud. Obras completas. Tomo XX1. Amorrortu editores.

  • “Toxicomanías y psicoanálisis. Las narcosis del deseo”. Sylvie Le Poulichet. Amorrortu editores.

  • “Anorexia. Teoría y clínica psicoanalítica” G. Baravalle, C.H. Jorge y L.E. Vaccarezza. Piados. Psicología Profunda.

  • “Borde-R-S de la neurosis” Haydée Heinrich. Homo Sapiens ediciones.

  • “Cuando la neurosis no es de transferencia” Haydée Heinrich. Homo Sapiens ediciones.