LO QUE LE PASA A UN ADICTO

Dr. José Somenzini

Cuando escuchen a un adicto, un alcohólico o un toxicómano, no lo escuchen como adicto; no interesa la edad que tenga, escúchenlo como a un niño triste o angustiado o con miedo. Tiene un dolor inconsciente, hay que trabajar sobre cuándo sufrió una pérdida. Un dolor crónico que se sepultó con el alcohol o con la droga.


Hay algo del yo como traductor de esa pérdida que no ha funcionado. Por supuesto que no deberían decirle que él es un chico triste, seguramente negaría esto. Siempre las estrategias de abordaje con respecto a la drogadependencia deben ser indirectas, a la manera de los militares aunque no tengamos nada que ver con ellos. Hay un famoso libro, que justamente cita Borges en "El camino de los senderos que se bifurcan", que se llama de las estrategias indirectas y cita un libro de un militar inglés. Esto es notable: Borges citando un libro de estrategia militar. Debería ser la posición para abordar este tipo de pacientes. 

La tesis del malestar que todos padecemos es que la humanidad crea los instrumentos de su propia destrucción; los instrumentos de su propio malestar, para decirlo un poco más atenuado. El progreso de la ciencia y la tecnología ha creado nuevas posiciones del sujeto, inclusive ha abolido al sujeto, por lo tanto ha abolido el deseo, y hace que a mayor progreso de la ciencia, a más Internet, más solos estemos. Vamos a retomar esto: no sólo estamos más solos, sino que además estemos en una situación de mayor culpabilidad; y justamente no hay nada más culpógeno, que no estar contentos con nosotros mismos. No hay nada que cree un mayor malestar a través de la culpa, que eso. Hay un cierto nivel de culpa necesario, que tendría que ver con la conciencia moral; pero, el mayor sentimiento de culpa que podemos atravesar es justamente no estar contentos con nosotros mismos, es ceder ante el deseo, no ser fieles a nosotros mismos, no estar contentos con nuestros deseos y con los límites que nuestros deseos tienen. No amar nuestros límites sería la situación donde el sentimiento de culpabilidad puede llegar a ser insoportable. 
Por supuesto, el bicho humano que camina y que habla, y además padece de la sexualidad, siempre busca la felicidad. Podríamos decir que hay dos tipos de felicidad: a) una felicidad transitoria, puntual, fugaz; b) una felicidad que se construye lentamente, que no es manifiesta y tiene que ver con la posibilidad de amar nuestros límites, es el amor a nuestros límites.

El adicto en esto tiene alguna connotación parecida al perverso. Hay ciertos rasgos perversos en el adicto, no sólo en la conducta delictiva sino en lo que sería la estructura, que haría que las leyes del placer estén elevadas a nivel de la divinidad, a nivel de ese Dios oscuro, del goce del otro. Hace de las leyes de su goce, de las leyes de su propia satisfacción, la ley. Es la ley que tiene su límite, la ley del deseo; él hace de esta ley, la ley de su propio goce. Esto es absolutamente contradictorio, porque parecería una especie de filosofía hedonista, sin embargo, no dice de ningún modo que haya cierta armonía, que haya cierta posibilidad de bienestar. Inclusive, cuando está exacerbada esta condición perversa, esta condición de heroísmo, esta condición de desafío perverso, que nos ubica a los no adictos como pobrecitos que no sabemos gozar de la vida, es como asustante, es como un discurso bizarro. Pero detrás de esta condición tan desafiante y tan omnipotente está la condición miserable que padecemos todos.

¿Qué intenta paliar el adicto?, ¿qué intenta paliar el neurótico?, ¿qué intenta resolver el psicótico?, ¿qué intenta resolver el perverso? Intenta defenderse, intenta resolver lo que se llama el dolor de existir. Vivimos, padecemos, un dolor de existir y vivimos en este valle de lágrimas; esto es lo que debemos tolerar. Por supuesto, los neuróticos tenemos mecanismos de defensa más atenuados, más moderados, no es que no los tengamos; el perverso tiene un mecanismo mucho más exacerbado, mucho más exagerado y mucho más peligroso para él y para la sociedad. El adicto y todas las otras formaciones intentan resolver este dolor de existir. El melancólico tampoco quiere el dolor de existir; contradictoriamente, es puro dolor de existir.
 

Una pregunta que hace tiempo me hago: si el verdadero sufrimiento que padecemos no será justamente desconocer que esto es lo que nos habita, el dolor de existir. No sólo hay un dolor de existir, sino que hay una cierta condición de maldad intrínseca del sujeto que habla, hay cierta condición de crápula, hay cierta condición de "choro", ¿quién no robó algo alguna vez?, y desconocer esto es el verdadero sufrimiento. Me ha costado bastante llegar a esta conclusión. Claro, este dolor de existir es lo que también podemos llamar angustia existencial, tiene que ver con que el ser humano, aunque inicialmente no hay inscripción de la muerte en el inconsciente, se entera de que puede morir, primero por la muerte de otro, necesita ver que alguien muere. Esto es muy importante en relación a la educación de los chicos con respecto a la muerte, yo suelo decir que la educación sexual de la cual tanto se habla, es bastante relativa; a mantener relaciones - genitalmente hablando - todo el mundo aprende; pero es muy difícil aprender a reconocer que el ser humano es el único que tiene atisbo de la muerte; en realidad lo que habría que educar es la pulsión de muerte, no tanto la educación sexual.
 

Hay un punto que tal vez sea muy complicado pero que quiero tratar de puntualizar: ¿qué le pasa al adicto?, ¿qué le pasa al alcohólico? Sabe que el goce siempre es limitado, que el deseo siempre es insatisfecho. Lo sabe, pero trata por todos los medios de evitarlo. ¿Cómo lo evita? Tomando, tomando y tomando. Si deja de tomar, toma dos copas de vino o se fuma un porro, no va a llegar al goce que suponía, siempre vamos a obtener de esta vida un goce o una satisfacción inferior a la que anhelamos, anhelamos mucho más y debiéramos conformarnos con menos. Él sigue tomando, porque en realidad va postergando eso que sería el placer (digo placer cuando debería decir goce, pero me parece que la palabra tiene una connotación más entendible). Porque esto es discontinuidad, porque esto es en realidad poco, es como la discontinuidad del goce fálico. Ese es el tema: no hay otro goce que no sea fálico y éste es discontinuo, termina, es absolutamente insatisfactorio, el deseo siempre queda insatisfecho. De esto no quiere saber nada el adicto, como el alcohólico. Por eso no cesan de tomar o drogarse y pueden terminar en una sobredosis y encontrar la muerte; por fin encontraría en la muerte el goce absoluto que él anhelaba y no podía soportar que este goce en realidad es siempre parcial, es siempre limitado y es siempre discontinuo. La sobredosis no es un suicidio, morir por sobredosis es perder la vida o encontrar la muerte en esta búsqueda del goce absoluto que es imposible para todo el mundo. 
 

Esto nos pasa a los neuróticos sin que seamos adictos, en cualquier festichola o comilona "comé un platito más", "pidamos esto", "tomate una copa más", "yo te invito", "invitame". Hay algo que de repente en la comilona, en estas cuestiones comunes de la vida cotidiana, también aparece este atisbo de no querer cesar, no queremos darnos por advertidos de que el deseo es insatisfecho y de que el goce es siempre parcial, entonces aparece esto de "tomate una copita más", hasta que el cuerpo aguante; justamente nos puede pasar que nos tienen que llevar a casa. Esto es lo que le pasa al adicto y lo que le pasa al perverso también. El tema está en que el perverso, pensemos en los libertinos o en los torturadores, también busca absolutamente un goce total, pero resulta que nunca lo va a obtener porque la víctima no resiste, se desmaya o se muere. Es la única satisfacción que tenemos con los torturadores: buscaron el goce absoluto y no lo encontraron. 
 

El cuerpo es el que no aguanta, porque el cuerpo o se queda dormido, se desmaya o se lo tienen que llevar a casa, esto hablando en la vida cotidiana de cualquier neurótico. El famoso tango "Tomo y obligo" dice: "sírvase un trago, de las mujeres mejor no hay que hablar" " todas dan muy mal pago; éste con el duelo no quería saber nada, éste no tenía ninguna posibilidad de hacer un duelo por el amor perdido y pasado ese tiempo volver a enamorarse. Ningún analista le propondría a alguien que ha perdido un amor que deje de amar: haga el duelo por esto y vuelva a enamorarse. El amor es lo único que saca a alguien de la condición autoerótica gozante y lo lleva a ser un deseante, hace condescender el goce al deseo, es una interpretación teórica, pero muy linda.
 

Hay un cuento que contaba un analista francés bastante conocido que se llamaba Lacan. Se trata de una mujer casada, que cuando su marido no está, tiene una consigna: corre las cortinas y coloca una maceta. El psicótico, el loco, no entiende el mensaje, se queda mirando los bordes de la cortina, la maceta y las flores; no sube, porque no entiende el mensaje. El perverso, y el adicto no suben directamente, porque una condición de esta adicción con rasgos perversos es que necesita dejarlo al otro con angustia, él no puede ser un sujeto dividido y por lo tanto angustiarse, necesita la angustia del otro, vive de la angustia del otro. El neurótico, cualquiera de nosotros, sube, tiene un encuentro amoroso, luego baja y dice: "el perfume no me gustó tanto". Siempre hay algo de insatisfacción en esta condición del deseo.
 

Unas palabras con respecto a la depresión en el adolescente. Es algo que seguramente los docentes encuentran a menudo. Popularmente se asocia depresión a conducta autodestructiva: drogadependencia, suicidio; sin embargo, la dinámica del cuadro en realidad muestra otras facetas totalmente diferentes. En realidad, estas conductas autodestructivas del adolescente se dan cuando se sale de la depresión y se entra en una situación de euforia, en un estado maníaco y ahí sí aparece el mecanismo autodestructivo porque hay una absoluta negación de los propios límites, hay una situación de omnipotencia, una situación de heroísmo que hace que justamente se pierdan los límites. Hace dos o tres años atrás recordarán un accidente que hubo en San Luis e Italia, cuatro jóvenes, todos egresados universitarios, habían ido a buscar a una chica médica que llegaba de Buenos Aires en tren (todavía había trenes en esa época, ahora ni eso tenemos; hoy les contaba en un bar a unos muchachos lo que está me pasando a mí, como psicoanalista tengo que cobrar porque tengo mujer e hijos y un presidente que mantener, no tengo otra alternativa que cobrar y lo más que pueda) y empezaron un itinerario desde la estación de trenes, toman Oroño a máxima velocidad, pasaron todos los semáforos en rojo, doblaron por San Luis, cuando llegan a San Luis e Italia se meten debajo de un ómnibus y el auto se corta por la mitad y los decapita a los cuatro. No eran locos o psicóticos. En la autopsia se descubrió que los cuatro tenían el máximo de droga posible y tolerable, antes de morir, y el máximo de alcohol. No se suicidaron, había la búsqueda de un goce irrefrenable que por supuesto sólo se podrá encontrar perdiendo la vida, porque sino no hay ninguna posibilidad de que eso se logre.
 

La depresión del adolescente puede ser una depresión normal; es una condición normal de todos los neuróticos. Uno podría decir: pobre del que nunca se deprimió, porque es un instante de reflexión, de introspección (uso términos del sentido común) para elaborar pequeños duelos de los cuales estamos hechos. La vida es un continuo suceder de pequeños duelos, a veces inclusive pasan inadvertidos. La depresión en el adolescente es esto, porque el adolescente no sólo padece los pequeños duelos que padecemos todos los neuróticos normales, sino que tiene un triple duelo a hacer, muy serio, muy severo, muy importante y debe ser respetado: tiene que hacer un duelo por el cuerpo infantil perdido, tiene que hacer un duelo por los padres infantiles perdidos y tiene que hacer un duelo por la sexualidad infantil. Muchas veces el aislamiento del adolescente debe ser respetado, y pueden ser absolutamente normales, porque son propiciatorios de la elaboración de estas situaciones inexorables de duelo. Impedir esto puede llevar a que la depresión sea patológica, en el sentido de que no haya elaboración adecuada de estos duelos y se note en conductas muy visibles. 
 

En relación a los niños y adolescentes, hay dos cosas que pueden interesar a los docentes: trastornos en el juego y trastornos en la escolaridad. Esto da cuenta de que hay un estado depresivo patológico, seguramente la mayoría de las veces. Otro elemento muy típico del adolescente es dormir en exceso. Esta exageración del dormir, privándole a la satisfacción del amor, a la satisfacción de los deportes, sin duda es un signo de alarma de que hay una situación de duelo patológico, una situación de depresión patológica. Esto debe ser tenido en cuenta. 
 

Muchas veces esto es promovido desde el lugar en que se le exige a los adolescentes performances que tienen que ver con el mundo consumista de la actualidad, donde los títulos tienen mucho más importancia que el bienestar. En esto la escuela no ayuda para nada, porque muchas veces muchos profesores adoptan una actitud de menoscabo de los chicos: los chicos son siempre ignorantes. Esta es una posición envidiosa en relación a la adolescencia, en relación a la juventud. 
 

Algunas palabras respecto al posmodernismo. No hay ninguna duda que en esta sociedad llamada posmoderna hay cambios radicales, cambios muy importantes. Se ha disuelto el inconsciente, no hay represión, en el sentido de que era justamente la fundadora del inconsciente, y no hay autoridad que sostenga esta represión que fundaba el inconsciente. El desarrollo productivo burgués, el capitalismo, intenta vendernos la idea de que todo lo que el sujeto desea, lo puede adquirir o lo puede lograr. El precio que se paga por eso es muy alto: segregación y marginalidad. Propone una sociedad que no sólo sería capaz de curar las enfermedades del cuerpo, sino que también sería capaz de curar la imagen del cuerpo: cirugía, lifting, gimnasia, etc. Podría elegir el sexo, sexo libre sin amor, no lo digo en el sentido moralista o puritano " cada uno puede hacer lo que quiera " Pero entiendo que hay una situación imaginariamente engañosa: si el amor no es una pasión, es apasionante; y al mismo tiempo hay algo que se disuelve del propio yo. Pero lo que propone la sociedad es sexo libre sin esta disolución del yo; dicho en términos corrientes: sin compromiso, sin jugar su propio yo que se va a disolver en esta situación de esta "locura" (entre comillas desde luego) amorosa, de esta psicosis experimental, el amor es realmente una locura experimental. No nos proponen esto, sino sexo sin angustia. Una sociedad autoerótica sin angustia. Esta sociedad liberal, por lo tanto, empuja a una especie de libertad absoluta donde todo estaría permitido y si todo está permitido, todo está prohibido. 
El tipo de discurso capitalista es el espectáculo de la mercancía. El tiempo no se demora; el tiempo se trastoca. Los objetos son descartables y son vacuos. ¿Cómo se yugula esta descartabilidad del objeto? Con una presencia constante. El modelo típico de supermercado donde se consume y se repone, no hay demora. 
 

El sujeto es un consumidor y el cliente siempre tiene razón, consumidor y cliente. Y la droga, la toxicomanía, es un invento para los ejecutivos porque deben sostener un ideal de eficacia. Lo que pasa es que ustedes, como atendedores o en intentos de estas campañas de prevención, se encuentran con un adicto reventado; pero en realidad la droga está sostenida por el capital justamente, por el capitalismo del ejecutivo que tiene que dar cuenta permanentemente de la eficiencia que el mismo capitalismo exige. El síntoma social está oculto en esta situación; aparece justamente con el adicto marginal, reventado. Recién ahí la homeostasis social, que a pesar del gran consumo de drogas y a pesar de este discurso capitalista se mantenía, se rompe: cuando aparece esta situación del adicto marginal. 
 

Todo se muestra en este discurso social postmoderno. Se muestra por TV, se muestra por paneles. Parecería que la histeria, la famosa histeria de Freud con la que se inició el psicoanálisis, no existe más. Pero sigue estando, está oculta en toda partes. No existe la histeria de Freud o de los primeros discípulos de Freud, pero la histeria moderna que equivale a aquella histeria de reconversión, es la momificación del cuerpo. Si ustedes ven a varias actrices que tienen lifting, no me digan que no son momias. Esta momificación del cuerpo es la equivalencia absoluta de la histeria de conversión de la época de Freud. Todo se muestra por televisión y se hacen paneles de todo (espero que este panel no tenga ese estatuto aunque nos estén filmando): paneles de cornudos, paneles de infieles, paneles de lesbianas, de travestis, es una cosa espectacular. Todo esto es histeria y se intenta que la histeria hable, justamente ahí está la paradoja extraordinaria: en este hablar es donde la histeria se calla y se acalla.
 

Quiero terminar con una cuestión: ¿cuál sería el fenómeno fundamental, desde el punto de vista de la estructura del sujeto, que ha hecho que existan estas nuevas patologías y todo esto de lo que estamos hablando? ¿Qué ha hecho que el capitalismo y el progreso de la ciencia crearan estas nuevas patologías: violencia, drogadicción, anorexia, enfermedades psicosomáticas, bulimia, etc? Sería una absoluta pérdida de la autoridad paterna. El padre aparece degradado y humillado. La palabra del padre no es escuchada. De ahí que haya una cierta recrudescencia hacia las religiones, porque las religiones son siempre del padre. 
 

Tanto para la niña como para el niño no hay otra alternativa que amar al padre; ya estoy hablando de las posibilidades del posicionamiento del lado de quien ejerce cierto rol terapéutico. Amar al padre aunque sea borracho, malandrín, estafador, todo padre es digno de ser amado, debe ser amado. Para la niña la situación es más fácil, para el varón es más complicada porque para amar al padre el niño tiene que asumir una posición femenina, este amor al padre sodomiza al varón. En esto debería extenderme mucho, pero en esta posición femenina el alcoholismo y la droga están muy emparentados con esto: el consumo de droga y el consumo de alcohol, con este exceso de oralidad, tiene que ver con una posición femenina, no elaborada en todo caso. Sería muy largo extenderme en esto. Pero sí quiero remarcar esto de que hay que amar al padre, un padre que en realidad debería tener cierta condición seductora, cierta condición perversa en el buen sentido, en el sentido de la per-versión: en francés una versión del padre. Esta condición perversa y seductora del padre es necesaria para instituir un sujeto normal. En la película "Claroscuro" se ve justamente donde el hijo es absolutamente objeto del goce de este padre, hasta que toca la famosa sinfonía número 3 y él se transforma, él es la sinfonía número 3 y completa con esto el goce del padre, por supuesto a costa de la locura. Puede zafar vía una mujer que además es una astróloga, vía un hecho que tiene una cierta connotación mágica. Hay un hecho fantástico cuando zafa de esto y es que el padre viene a buscarlo y le dice "nunca nadie te ha amado ni te amará como yo" y le cuenta el cuento del abuelo, que le había regalado un violín, se le había roto y que él siempre completaba, y el hijo responde: "no me acuerdo". Ése es el momento donde absolutamente le pone límite al goce del padre. 
 

Es necesario que el padre sea un gozador, seductor y también que el padre le ponga límite a este goce. Esto es indispensable para que podamos adquirir: la mujer su femineidad y el hombre los emblemas de la virilidad. Al mismo tiempo, creer en el padre no es lo mismo que la certeza de un ideal absoluto y un padre absoluto que lleva al totalitarismo, que lleva al nazismo por ejemplo. Creer es una condición neurótica, para dejar de creer hay que haber creído, es diferente a la certeza de un ideal compacto que lleva a esta situación totalitaria. 

Hay un libro muy interesante, que es uno de los pensadores modernos más importantes, que se llama "Creer que se cree", también escribió un libro que se llama "La religión", también se los recomiendo porque da cuenta de este fenómeno de las religiones en relación a la decadencia paterna. Hay que creer para dejar de creer. Por eso yo, gracias a Dios, soy ateo.